Cuando me quedé a solas con Manuel y le pude preguntar por lo que sentía, le preocupaba o dolía, o las dudas que podía tener ahora que sabía que estaba en la etapa final de su enfermedad, con la tranquilidad de no estar siendo escuchado por su familia, me confesó que sentía un dolor en el pecho, una especie de angustia. Mientras, yo en mi cabeza trataba de pensar la relación del tumor avanzado en columna, con su región pectoral, él con voz cortada agregó: “me angustia pensar el qué va a pasar cuando me vaya, siento en el pecho el dolor de dejar a mi compañera, y de no saber si me van a extrañar aquí”
No era definitivamente, una duda que podía resolver alguien de cardiología, tampoco un dolor para aliviar con tratamiento paliativo.
No era la parte eléctrica ni estructural del corazón la que sufría, era su parte emocional, espiritual (no religiosa), la que necesitaba un alivio urgente.
Al final de la vida; el médico deja de ser médico, el abogado no sabrá de leyes más que las de la vida misma, cualquier otra profesión se olvida y se es paciente o doliente.
Entonces: ¿De qué sufre el corazón al final de la vida?
En ese momento lo que todos ocupamos es sentirnos queridos, acompañados, perdonados, liberados y con el permiso de los que nos rodean para irnos de esta vida en paz.
Ya sabemos que a nivel mundial, el porcentaje de pacientes referidos a cuidados paliativos es cada vez mayor, porque se comprende poco a poco que saber morir es tan importante como saber vivir…
Y la pregunta para nosotros es…
¿estamos aún a tiempo de aprender?